Era de esperarse: las redes sociales no solo quitaron poder a los medios de comunicación tradicionales, desde el punto de vista del monopolio que éstos ejercían sobre la información. Esas plataformas son mucho más: representan la mayor fuente de consultas y la tribuna de debate más influyente a escala mundial.
En las redes sociales todo y nada es mentira, y todo y nada es verdad. Nadie tiene la verdad en sus manos, y las mentiras son cuestionadas o revalidadas en función del cristal con que se miren.
No será fácil revertir este escenario (y no tiene por qué serlo). Era a lo que apostábamos, a que la gente opinara y analizara abiertamente, con libertad casi absoluta, sin depender de la única verdad hasta entonces existente, la de periódicos, radio y televisión.
Lo ¿inesperado? era el grandísimo poder que han adquirido esas opiniones sin colador, sin estar sujetas a confirmación de ningún tipo, sin filtros, sin control. Las libertades adquieren en las redes sociales su máximo esplendor, para bien de unos o para mal de otros. Pero la libertad es eso, y crea esos efectos.
El debate adquirió otra connotación. Ya no se discute la otrora necesidad urgente de que el ciudadano consumidor de información noticiosa fuera un receptor activo, participativo, consciente, despierto, menos idiotizado, y con capacidad para contraatacar al monstruo de mil cabezas, la manipulación.
Lo que preocupa ahora es el gran desborde de opiniones, fundamentadas o no. Opiniones cuyo valor será siempre subjetivo, pero relevantes para sus dueños. En las redes sociales todos dicen o callan, no por imposición sino por convicción o decisión propia.
La regulación es leña al fuego en este debate. Aun vestida de bondades, no podrá resolver, aunque intente, la cara sucia de la misma moneda: difamaciones, injurias, dichos infundados, campañas dirigidas y orquestadas para dañar honras, expresiones hirientes, ataques nocivos, porfías estériles y odios expresados en palabras y masificados en cuestión de segundos.
Pero, ¿Cómo regular el pensamiento y el derecho a expresarlo? ¿Es posible eso, sin ubicar la discusión en un terreno minado? Lo dudo. ¿Acaso no era esto lo que queríamos, lo que deseamos con ansias locas durante décadas, un mundo abierto, que permitiera un tipo de interacción masiva, práctica, dinámica y creativa, que conectara al globo terráqueo con un simple ‘clic’?
Pues, aquí lo tenemos.