Decenas de muertes y heridos; familias que renuncian a sus hogares para huir y esconderse en refugios tampoco seguros; estampidas humanas que corren despavoridas para salvar sus vidas, y unas autoridades incapaces siquiera de atenuar el caos que se prolonga sin fin. Este es el calvario de los haitianos. ¿A quién le importa realmente Haití?
Las bandas criminales ya han ganado mucho terreno. Se afanan por controlar poblados completos para imponer su terror. El Gobierno haitiano solo dispone de un cuerpo policial sin capacidad operativa. Es una fuerza incapaz de responder a las necesidades urgentes de protección de su pueblo.
Y mientras tanto, mucha gente muriendo y muchas más sufriendo hambre, carencias de todo tipo. Un pueblo sumido en un temor interminable. Los problemas de Haití nos tocan directamente y nos obliga a permanecer en alerta.
Pero la comunidad internacional sigue sin planes concretos de ayuda. Está cada vez más distante de una solución a la crisis eterna del vecino país. Sus principales voceros solo resaltan el supuesto odio racial de los dominicanos.
Un repudio que solo existe en mentes aviesas que insisten en distorsionar la realidad para rehuir responsabilidades.
¿Rechazos?
Nos enrostran y condenan la construcción del muro fronterizo, cual si fuésemos criminales despiadados. Con mentiras y manipulaciones, difunden realidades opuestas a la cotidianidad entre ambos países.
Ante el mundo, esa comunidad internacional pretende mancillar nuestro derecho a ejercer el principio de la autodeterminación de los pueblos.
Los haitianos en nuestro país viven y conviven con condiciones dignas y de respeto a los derechos humanos. Trabajaban y cobran salarios según las reglas del mercado laboral, crean empresas formales y en algunos ámbitos son hasta mayoría en negocios informales.
Son usuarios (en muchos casos aventajados) del sistema de salud pública nacional. No se les niega ese ni ningún otro servicio público; caminan libremente por nuestras calles y socializan abiertamente en espacios diversos, sin miedos a cacerías de brujas.
Pero esa verdad, escondida y retorcida por promotores de mentiras, no trasciende fuera de nuestras playas. Tiene alcances limitados. ¿A quién le importa realmente Haití?