Por Salvador De Armas
El 22 de julio de 2022, el papa Francisco decretó el importante cambio de una gobernanza prevista en el derecho canónico. Francisco extingue los fueros del Opus Dei y somete la institución al clero de la Iglesia.
La ideología neoconservadora del Opus no puede pasar por encima del carácter pastoral de la fe católica ni desviarse del camino carismático manifestado por el Opus en tiempos de su fundación.
Ya iniciado el siglo XX, con la aparición de las corrientes marxistas se produjo el surgimiento de ideologías contrapuestas, con graves consecuencias en ambos extremos. Básicamente resultó ser un siglo dominado por las ideologías.
El Opus Dei, fundado en el 1928, fue posteriormente convertido en una prelatura personal –la única en el mundo– sin sujeción a ninguna diócesis. Tenía su propio obispado universal.
Por amor al poder y al dinero, el Opus estableció alianzas con dictaduras militaristas fascistas de Europa y con cuanto régimen de derecha, dictatoriales o no, de América Latina, que encontraba o formulaba a su paso. En los Estados Unidos ha sido un firme aliado del neoconservadurismo surgido en tiempos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Mirando las cosas desde el otro costado, la Teología de la Liberación desarrollada por los jesuitas como una corriente de innovación en Latinoamérica, según Francisco, contiene desviaciones de corte marxista que la hacen inaceptable.
Según lo afirmara el cardenal Joseph Ratzinger, encargado de proteger la Doctrina de la Fe, antes de convertirse en el papa Benedicto XVI, la “Teología de la Liberación disolvía el lenguaje de la fe en el de las ciencias sociales y debía ser frenada.”
Juan Pablo II, durante su reinado papal, hubo de disciplinar y corregir tales extravíos. Pero le otorgó mayor rienda al Opus Dei, conocido oficialmente en castellano como la Prelatura de la Santa Cruz y la Obra de Dios.
El papa Benedicto XVI, mano derecha de Juan Pablo II y su sucesor, estaba más que dispuesto a continuar con la agenda conservadora de su predecesor, pero se vio obligado a renunciar a su papado.
Jesuitas y Opusdeístas han sido históricamente rivales y acérrimos adversarios, pero Francisco, colocado por encima de la orden de la Compañía de Jesús a la que pertenecía y pensando ya como Papa, sanciona con sabiduría eclesiástica haciendo la corrección en estas materias.
Ante el innegable declive actual de la Iglesia Católica y el desencanto de las nuevas generaciones con todo poder establecido, Francisco tiene que cuidar de su iglesia. El papado de Roma no podría sobrevivir a los tiempos sin preparar alternativas que le permitan a la institución monolítica de la Iglesia seguir caracterizándose como la organización activa más antigua de Occidente.
En la distancia y en el ensueño de los políticos de extracción católica, el presidente Guillermo Lasso en el Ecuador ha sido un opusdeísta de larga data. En adelante, el Opus Dei no podrá seguir envuelto en su manto de secretismo y tráfico de influencias para hacerse con el poder y desde allí pretender perseguir y destruir cualquier corriente disidente que les incomode.
A ojos del observador, el lenguaje y las acciones dentro de la oficialidad de la Iglesia no pueden verse como ideologizados. Y la fe de Cristo, que ha sufrido estos embates en su trayectoria de los últimos 100 años, ahora busca terminar depurándose de toda ideología. No hay mal que dure 100 años y ni siquiera un cuerpo eclesiástico que lo aguante.
Las ideologías son atajos demasiado simplificados y a la vez propensas a desatar mentiras, insultos y calumnias, desviándose del sentimiento popular espontáneo de las gentes y alimentando cosas como el populismo en su lugar.
El populismo es el alineamiento y alienación de la mayor suma de voluntades para concluir degenerando en una poblada o convertirse en una gente apegada a una corriente intransigente de accionar político, ciegamente sometida a un liderazgo único y excluyente.
Conforme al pensamiento de Francisco, las fórmulas ideológicas y un cierto tipo de conducción política, de acento populista, cuando no colectivista, se alejan del genuino sentido cristiano, niegan libertades y precipitan a las personas a enfrentamientos insanos en los que la gente rehúye cualquier posibilidad de entendimiento a través del diálogo.
La proclama del amor en cristiandad y el respeto y tolerancia de las personas a pesar de sus diferencias desaparecen, dando paso a la violencia y la confrontación innecesaria.
Sin embargo, más allá del papa Francisco, todo cambio en la esfera del mundo real es un proceso lento y por un tiempo parecerá que no ha pasado nada.
La Iglesia Católica, aunque de manera milimétrica, hace sus propios ajustes al tenor de la historia. Es por esta razón que su existencia es milenaria.