La debacle vino y nos envolvió. ¿Nos habrá sorprendido? Nadie sabe exactamente cuándo ni cómo. Tampoco dónde ni quién será la próxima en ser extinguida en esta hecatombe sin final, porque todas son víctimas potenciales.
La muerte asecha por doquier. Un mal imbatible que se extiende a sus anchas con manto avasallante y temerario; espeluznante. Cada minuto, cada hora, cada día, se deja sentir tal cual, sin remedio ni arma aparentes para combatirlo.
Matar no es sólo el problema: las causas derivan en consecuencias azarosas que hacen más cruel el instante indeseable, ominoso, de sangre.
“Feminicidios”: palabra de moda que limitadamente define una plaga que no respeta espacios ni jerarquías. ¿Quién será la próxima víctima? No sabemos. Nadie sabe. Y cómo saberlo, si el atacante cruel se disfraza de apariencias y domina la técnica de la hipnosis para engatusar a sus víctimas.
La verdad sin manchas: el Estado dominicano no sabe qué hacer y menos aún, cómo hacerlo. ¿O puede hacer algo el Estado para detenerlo? Entonces, ¿Qué hacer? ¿Seguir apelando al raciocinio y vender esta idea como alternativa de solución? No hay respuestas. Nadie las tiene, al menos convincentes y reales.
Los argumentos se repiten con cada desgracia, aunque inútiles. Los “casos” cobran vigencia hasta que surge un nuevo episodio con anatomías inertes de protagonistas. Un círculo vicioso sustentado en acciones desconectadas con la realidad, aunque ¿algo es algo?
Ellas se sienten y siguen desabrigadas, porque el macho que mata no se amedrenta ni con advertencias legales. Es un atacante bravío y sabe que hasta los de la ley también vejan a sus hembras.
Todos lo hacen, hasta el hombre público de voz culta y pose elegante y refinada. Sí, esos mismos que propugnan por igualdad y equidad, y hablan de tolerancia, amor, participación, comprensión y demás pendejadas para encubrir al macho bestial de su yo irreverente.
¿A quién acudir? ¿A quiénes procesan denuncias que languidecen al anochecer y con cada amanecida consensuada? ¿A los que reciben quejas que reviven, que van y vienen y vienen y van, y así sucesivamente? ¿Seguirán ellas atrapadas en un laberinto hecho a imagen y semejanza de una cultura que desnuda nuestra naturaleza primitiva? Por supuesto que no deberían. Pero ¿y hoy o mañana, qué pasará?
Las estadísticas registran desgracias, no soluciones. ¿Dónde buscarlas, pues? ¿Quién mata y lastima? ¿El hombre violento, machista, intolerante…? ¿El varón incomprensivo, desgraciado, endemoniado, frustrado, inseguro…? Verdades consabidas pero prácticamente inservibles.
Volvamos al presente: mujeres indefensas ante el desenlace siniestro de la involución humana. Su sangre corre por las aceras de adentro y de enfrente; salpica y duele hoy más que nunca. Salpica y hiede a desaliento y consternación.