El momento caótico que vive Venezuela no resiste más juicios de valor. Hablar de escasez de alimentos, medicina, represión y violación de derechos fundamentales, sería llover sobre mojado, en una atmósfera excitada por voces que incluso resuenan tambores de guerra y aspiran a una intervención militar impulsada por Estados Unidos.
La necesidad de una salida a una situación alarmante y desesperante deja fuera el análisis el enfoque de hasta qué punto conviene el intervencionismo mediante el poder militar de una nación supra poderosa sobre otra mucho más débil. Esto, como parte de una propuesta radical de solución a un problema interno internacionalizado por sus propias circunstancias y características.
Venezuela tiene políticos, académicos e intelectuales brillantes, con sobriedad mental y capacidad incuestionables, suficientes para dirimir de forma exitosa cualquier tipo de crisis, por profunda que sea y sin importar su naturaleza.
Quizás por esta razón (y porque hablar de intervención militar cuando el mundo dejó atrás ese episodio gris de su historia) la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en vez de sumarse al boicot a la posibilidad de una salida negociada apuesta a un entendimiento que no implique el derramamiento de sangre de una misma vena patriótica.
Resulta bien cómodo hablar de intervención militar desde afuera, bien lejos de donde mucha gente indefensa podría cargar la peor parte de un enfrentamiento armado. Es bastante confortable pedir desde otras fronteras que la cabeza del régimen ruede con ráfagas de tropas que no reparan en quiénes o cuántos deben caer, sino en cumplir la misión encomendada de antemano.
La intromisión militar siempre deja heridas que nunca cierran. En ese, que sería el peor de todos los escenarios posibles, millones de personas estarían en peligro de morir atravesado por un proyectil o masacrado en las calles.
¿Por qué debe ser así? ¿Acaso hacen falta más muertos para Venezuela reivindicar su dignidad? ¿Es la calamidad que vive ese pueblo una justificación real para disponer soluciones que dejen irreparables daños colaterales?
El presidente Nicolás Maduro sabe mejor que nadie que tarde o temprano tendrá que deponer su actitud arrogante y su discurso desentonado, fuera de tiempo. El padrinazgo del binomio Rusia-China tiene fecha de caducidad, porque “business is business” y las ideologías aguardan en sus quimeras.
Será solo cuestión de esperar desenlace. Su mandato carece de legitimidad y su legalidad es cuestionada. Imposible será, pues, sobrevivir a un bloqueo demoledor que desangra todo el aparato productivo de Venezuela.
El aislamiento es un arma letal para el desarrollo integral de los pueblos. Y de esto Maduro también es consciente, porque su inspirador y maestro, Hugo Chávez Frías, se lo enseñó muy bien. Pero la salida no puede ser bajo fuego ardiente, porque las consecuencias serían catastróficas.