Más de 5 millones de personas moviéndose por cada rincón del país durante Semana Santa no permitió que su muerte fatídica hiciera ruidos mediáticos, como suele ocurrir cada día, a cada minuto, por cuestiones a veces bizantinas.
Sus 16 años de una vida impregnada de esa energía tan propia de su edad se esfumaron en apenas horas. El día marcado para su desventura pudo ser como cualquier otro en la vida de Naim Contreras Aristy.
Y sin embargo no fue así. Cuentan que un borracho conductor de un carro chocó a Naim y le rompió una pierna. El adolescente derramó mucha sangre, dicen quienes vieron y socorrieron a este muchacho. Sí, lo socorrieron voluntarios (gente buena y solidaria que por suerte todavía existe), porque llamar al Sistema de Emergencias 911 es igual que mirar hacia arriba y conversar con la luna esperando respuestas.
El mejor hospital de Higüey, donde vivió y murió Naim, no lo pudo atender. La justificación del personal médico no pudo ser más desafortunada: no había especialistas para atender a un herido de accidente tránsito.
Así como se lee, en plena Semana Santa un hospital del tercer nivel de atención rebotó un caso de atención inmediata por accidente de tránsito, que en esos días son más frecuentes que nunca, porque el desatino y la esquizofrenia se erigen amo y señor del comportamiento colectivo.
La suerte abandonó a Naim. Desde el hospital autoproclamado incompetente para atender un evento rutinario, fue llevado a una clínica que exigió 30 mil pesos para ingresarlo, sin ponderar siquiera que el chico se desangraba. En ese trajín inmerecido, su cuerpo perdió mucha sangre.
Naim se estaba yendo, moría despacio; su mirada se apagaba, mientras la clínica discutía trámites administrativos y burocráticos. Su padre, agitado, quebrado por dentro, al fin pudo convencer a la clínica, dando garantías de pagarles sus servicios. Demasiado tarde. Naim ya se había ido de este plano terrenal.
Su muerte triste desencadena entonces esos “porqués” que intentan hurgar y encontrar razones. Su vida ya no es vida, porque sin arraigo económico en los centros privados de salud la vida misma vale menos que nada.
Naim ya no está con sus padres, hermanos, amigos.. ni asiste al colegio, no vive, no existe, porque el hospital pudo al menos contener la hemorragia, y no lo hizo. Su existencia fue demasiado efímera, porque hasta el Estado le falló.
¿Acaso es imaginable el dolor desgarrador de sus padres? Es un desenlace fatal, irrevocable, sin remedio. Lo real, lo tangible, lo inevitable, es el dolor de unos padres traicionados por el orden biológico de la vida, porque sepultaron primero a su hijo y no al revés, como seguramente imaginaron.