En estos días, cuando el crimen organizado y la delincuencia generan noticias de principalía, son comunes las voces hablando de seguridad y sus vinculaciones. Unos lo hacen con tal propiedad, que cualquiera pensaría que esas opiniones fluyen de estudiosos en la materia.
Tremendo caos conceptual: hablan de seguridad ciudadana en vez de seguridad pública o viceversa. Y a otros el desacierto les pega más fuerte, porque invocan el concepto de seguridad y defensa nacional de forma fácil y ligera, sin fundamento.
Así las cosas, cuando esos planteamientos carentes de manejo autorizado llegan a los medios de comunicación adquieren otra connotación. Pero distorsionan y atentan contra la edificación informativa de los ciudadanos.
Es realmente preocupante. Y volvemos entonces a la porfía eterna de quiénes deberían hablar de asuntos que merezcan al menos una mínima formación académica.
Los países con estrategias de seguridad nacional dejan poco espacio para dudar sobre este campo académico. La defensa nacional está más encomendada a las Fuerzas Armadas y sus distintos estamentos.
Esto, en modo alguno, descarta la posibilidad de alianzas interinstitucionales. Todo dependerá de la naturaleza y magnitud de lo que verdaderamente constituya una amenaza real al Estado.
La seguridad pública es otra cosa. Es, más bien, una obligación estatal que conjuga políticas de seguridad ciudadana con la protección efectiva de las personas y sus bienes.